RELATO
INTRODUCCIÓN
Este relato corto es simplemente un granito de arena que quiero aportar a la sociedad. Quiero luchar contra la lacra social del maltrato a la mujer, que tanta necesidad de comprensión y apoyo necesita. Además deseo solidarizarme con tantas mujeres que sufren y no pueden, o mejor dicho, no se sienten capaces y fuertes para poder poner fin a esta situación. No soy profesional en esto de escribir y relatar, pero me encanta expresar mis sentimientos y pensamientos y agradezco tener la oportunidad de contar mi historia, que espero ayude a muchas mujeres a salir de esa situación tan grave. No pretendo dar pena o lástima ante nadie, sino todo lo contrario: quiero que se tome conciencia de lo grave que es la situación del maltrato y de lo triste que es estar viviendo ese calvario cuando tu compañero debería ser tu mayor apoyo en la vida.
Necesito que todas las mujeres que sufren esta situación y no se sienten apoyadas por nadie puedan leer esta historia para coger fuerzas y luchar por ellas mismas, por sus hijos e hijas y lo más importante: luchar por la vida. Que sepan que se puede salir adelante, todo puede cambiar con un poquito de valor y atrevimiento. Lo digo por experiencia, se puede salir del infierno, es muy difícil, pero hay salida. Yo encontré una pequeña luz, casi parpadeando y a punto de fundirse, la seguí, creí, confié en ella y lo conseguí. No fue fácil, pero aquí estoy LIBRE de todo, más fuerte que nunca y con ganas y deseos de ayudar a otras tantas mujeres, que como yo, en sus vidas no veían salida.
Agradezco por poder contribuir a esta causa que es la lucha contra la violencia de género, problema que viví en primera persona durante muchos años y contra la que voy a luchar el resto de mi vida.
Mi historia empieza cuando tenía 15 años. Ahora soy consciente que a esa edad una persona no sabe ni lo que hace ni lo que quiere. Necesitamos un guía para no “torcernos” por el camino de la vida . Siempre recordaré a una señora muy mayor y muy sabia que vivía cerca de mi barrio que una vez dijo que el árbol tiene que estar firme para que sus frutos no caigan, y que si el tronco y las ramas no se sostienen, los frutos también caerán. Se refería a que el árbol era el guía, madre, padre, tutor o tutora, y los frutos, su descendencia.
Muchos años me culpé por aquella decisión que tomé, y que me llevó por aquel camino de espinas, pero lo cierto es que ahora pienso que era una niña con falta de cariño, protección y apoyo. Lo dicho: una niña de 15 años en aquellos años 80. Creía que lo sabía todo como cualquier adolescente, pero no sabía nada, ni era consciente de ello. Me sentía muy sola…
Conocí a un chico cuatro o cinco años mayor que yo. Se aprovechó de esa situación; una niña solitaria de 15 años, con falta de cariño, rebelde con sus padres y con el resto del mundo. Me llevó a su territorio con palabras de amor y compresión y me metió en una cueva de la cual ya no pude salir.
En aquel entonces tenía la sensación de que a nadie le importaba, sólo a él. Además se encargaba de recordármelo todos los días. Insistía en que me quedara embarazada, aunque yo no quería. Según él, era la solución para irnos juntos y dejar todo atrás, ya que era menor de edad. Ahora mismo adoro a mi hijo y no cambiaría nada por nadie ni por nada, pero hay algo muy triste en el recuerdo. Me convenció de tener un hijo y ¿saben por qué? Porque tenía miedo de su reacción, si le decía que todavía no estaba preparada para ser madre, era muy joven y estaba con la cabeza llena de pájaros. No podía decirle que no, no podía dar mi opinión, porque era diferente a la suya e iba a reaccionar mal. No podía y simplemente le dije que sí. Eso es lo más triste…
Así fue, me quedé embarazada de mi primer hijo. Desde el primer momento que lo supo, me avisó: “Ahora tienes un hijo mío y ahora vamos a estar juntos para siempre. Aunque no quieras, debe ser así”.
En ese mismo instante tuve la certeza de que ya no podía escapar. Él se encargó de recordármelo a menudo con amenazas y golpes constantes. Les comunicó la noticia del embarazo a su familia y estos hablaron con mi madre para explicarle lo que había pasado y me fui con todos ellos. Mi vida ya nunca fue la misma.
A estas alturas de la vida creo entender el porqué de aquellas palabras; “siempre estaremos juntos”. Él sabía perfectamente que sentía miedo, es más ,era lo que quería que sintiera para retenerme, porque imaginaba que yo lo quería abandonar y eso lo volvía más violento e incrementaba las amenazas diarias. Así, me apartó de mi familia y amistades, me decía constantemente que mataría a mi madre y a mi hermano, si no seguía sus “instrucciones” y créanme, lo hubiera hecho.
Supongo que pensaba que era la única manera de retenerme allí. El miedo me paralizaba y seguía haciendo lo que él quería, cada vez me metía más adentro de la boca del lobo. Se había transformado en un ser malvado, agresivo, posesivo, sin piedad, incapaz de querer a nadie que no fuera él mismo, tenía un vacío interior que jamás había visto y esa gran oscuridad en su alma que me empequeñecía, atemorizándome con gestos y miradas.
El miedo a no ser amado hace retener a una persona en contra de su voluntad y someterla a un terror constante, hasta el punto de que no se atreva a contarle su situación a nadie. No se me pasaba por la cabeza la posibilidad de escapar de ese ser frío aterrador. Estaba anulada completamente, él hacía de mí alguien que no era. Se me paralizaba algo en el cerebro y no me dejaba ser quien era , mis gustos, mis deseos, mis opiniones, incluso mi forma de vestir; dejé de ser yo.
Sentía miedo, pánico, al verlo entrar por la puerta, me daba palizas casi a diario, sin saber el porqué, simplemente por estar cabreado. Me violaba cada noche, porque según él, tenía que satisfacer sus deseos de hombre, y al ser su mujer era mi obligación hacerlo; y después de violarme me agredía o me tiraba de la cama de una patada, porque no había puesto de mi parte en el momento de la violación. Siempre me decía parecía que sentía asco. Nunca contesté a eso, pero mi mirada hablaba por mí, reflejaba asco y repugnancia.
En fin estuve aguantando de todo durante 15 años de mi vida, maltrato físico, psicológico, sexual, económico, sufrí todo lo imaginable. En esos 15 años tuve a mis tres hijos y a mi hija, que también sufrieron miedos , amenazas, desprecios y algún que otro golpe por estar en el medio, o por intentar apartarlo cuando me agredía. Llegó un momento que sentía que no podía más. Quería morir, pero no podía ser tan egoísta y dejar a mis hijos y a mi hija solos y sola con él.
Sentía frustración, miedo, impotencia. No podía pedir ayuda, ni a mi familia ni amistades, ni a la policía, ni a los servicios sociales. A pesar del miedo y del dolor, no hablo del dolor físico, decidí buscar ayuda. Cabe decir que me costó muchos meses asimilarlo y muchos tomar la decisión de pedir ayuda, sin embargo, gracias a la mirada impotente de temor y tristeza de mis hijos y de mi hija, lo decidí. El reflejo de sus ojos me pedía a voces salir de allí. Deseaba y soñaba darles una vida tranquila, de paz, buenos momentos, tranquilidad, seguridad y libertad de expresarse.
El destino o la vida me puso delante a una persona, una buena persona. Con desesperación acudí a ella, le pedí ayuda, información, y sobre todo silencio por su parte, corría un riesgo muy grande. Le confié nuestras vidas. Me ayudó y siempre le estaré agradecida. Cuando tomé aquella decisión sentí una inexplicable paz en mi interior, un alivio que no puedo describir con palabras, una sensación de quitarte un gran peso de encima, un peso que me estaba aplastando de tal manera que ya estaba dejando de respirar, así que respiré profundamente.
Esta gran persona que me ayudó, me aconsejó pedir ayuda a los servicios sociales, ya que eran los y las profesionales capacitados y capacitadas para hacerlo lo más rápido posible. Y así lo hice. Me ayudaron, me sacaron del infierno; tengo que decir que no fue nada fácil, pasé mucho miedo, pero aún con pánico veía aquella luz de esperanza que podía salvar nuestras vidas y pensaba mucho… ¿Qué puede haber peor que lo que estaba viviendo con él? Mi familia se merecía una vida tranquila y libre, sin temor diario.
Finalmente lo hice, hui¡ Nos apartaron de él y de su familia. Al ser un caso muy grave, nos llevaron lejos. Empezamos de cero con mucho esfuerzo, pero siempre juntos con fuerza, valor y muchas ganas de vivir. Tuvimos mucha ayuda de grandes profesionales, capaces de ver la perspectiva de género, que nos creyeron y nos apoyaron y por eso siempre les estaré agradecida y los llevaré en mi corazón, aunque por desgracia, también tengo que decir y no me puedo callar, para que no siga sucediendo, que conocimos a algunos especialistas con muy pocos valores, que cometieron graves errores. Bajo mi punto de vista, se debería elegir a profesionales con perspectiva de género, que comprendan que una mujer víctima de violencia, que llega hundida a pedir ayuda, necesita mucho apoyo y no puede ser juzgada, ni se debe dudar de ella. He visto con mis propios ojos mujeres que han vuelto con sus maridos agresores, por no sentirse apoyadas por las educadoras o cuidadoras de los centros de acogida.
Soy consciente de que la mayoría de las personas ignoran nuestro dolor, no entienden el problema o lo minimizan En general la sociedad nos juzga por ignorancia. Lo primero que oigo siempre: -¿y si la maltrata por qué aguanta, por qué no lo abandona y por qué vuelve con él? No entienden que estamos tan hundidas, con tanto pánico, que nos aterra la idea de huir. Imaginamos su expresión y nos viene a la mente que si nos maltrata siendo sumisas, imagínate si nos rebelamos, lo abandonamos y nos coge, entonces que nos hará? En nuestra imaginación vemos su cara de rabia, su agresividad y morimos de miedo. Preferimos dejar la cosa como está.
¡ Qué fácil es hablar sin vivirlo! Es difícil de entender para una persona sana,
psicológicamente hablando, pero por favor intenten comprender.
Hace 16 años que salimos de aquel infierno, encontramos una vida mejor, como habíamos imaginado, de paz, amor, tranquilidad, respeto y libertad. Me siento orgullosa de haber dado el paso, de lo que he conseguido y de mis hijos y mi hija. Ellos se encargan de recordármelo de vez en cuando, y eso me enorgullece más y me da más fuerzas para seguir. A pesar de lo que vivieron, se han convertido en una grandes personas y gracias a la ayuda sicológica han ido desapareciendo las secuelas. Han tomado siempre el buen camino y cuanto más crecen, más me agradecen y me admiran,por haber tomado aquella gran decisión. Conseguí darles unos buenos valores y unos buenos principios ,que creo que es lo más importante. Y lo mejor de todo;¡volví a ser yo misma!
Fue una gran lucha, pero te prometo mujer que valió la pena, aunque solo sea por las palabras que le escuché decir a mi hijo mayor la primera noche que dormimos fuera de aquel infierno:-hoy voy a poder dormir a pierna suelta-. Esa es la mayor satisfacción que puede sentir una madre que quiere ver feliz a su hijo; simplemente inexplicable.